Temer es innecesario por lo inconcreto de los resultados, por los caminos en los que surca la preestructuración de las consecuencias: precisamente, son inconcretas. Determinamos, exigimos, suponemos y hasta cometemos el acto humano más divinamente imbécil: presuponemos.
¿Cómo no presuponer luego de ese mail?
Sí, un beso y miles de besos miles de veces y en todas sus formas. Sí: tenerte pero no tenerte y abrazarte y perderme en el instante. Y también: sí: temer.
Porque no es pensar en sexo. Es pensar en vos y pensarnos. Es la maldita pregunta que agobia mi mente: ¿qué hago con lo que voy a sentir? (¿qué hago con lo que siento?)
Si un mail, un malditamente hermoso mail, hace que te piense en cada instante, que te saboreé en la lejanía, que, de a momentos, olvide a quién tengo entre mis brazos y anhele que aquél seas tu... y es él y lo quiero y lo quiero en mi vida pero a su vez estás vos y ¿por qué autoengañarme? me encantaría que estés en su lugar.
Los pensamientos son algo curioso: nacen pero jamás mueren. Retoman. Vuelven sobre la mente y maceran, se quedan, evolucionan, tallan. Lo peligroso es aquello que tallan, aquello que no queremos que tallen o por dentro, muy adentro, sí, queremos, ansiamos, deseamos. El maldito pecado humano llamado deseo.
Deseo de vos.
Deseo de que mi voz no se pierda en mi mente o viceversa.
Deseo de que me besés como él.
Deseo de que me penetres como él.
Pero, a su vez, deseo de no poder trazar el trayecto de tus labios incorrectos dentro mi mente. De no esbozarte tan bien como te esbozo. Deseo de apagar tu nombre sobre mi nombre o que, por fin, caiga la noche sobre mí y sea él de quién el humo atesorará nuestros cuerpos.
There's so much in me that is you, anyway.