Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

5.13.2007

La inhospita felicidad de nosotros.

Mi felicidad depende de fumar un cigarrillo e ir a Internet, eso iba a decir.
Eso iba a decir cuando de repente el humo me avisó que mi felicidad también dependía de ir a la plaza, cuando el sol se consume, a tomar mi agenda y hacer algún dibujo de incoherentes significados.
Y fuí a la plaza y me encontré con una jaula.
Las rejas que pretenden cerrar los juegos. Los adultos ya no pueden jugar, "Adultos, a laburar".
Pero mi felicidad depende de un cúmulo de alegrías, esa sensación de bienestar como si caminara por las calles de París, sin conocer París pero soñando un rato con una nena dibujando un dibujo de incoherentes significados.
Sí, qué si eso depende, mataron mi alegría.
Pero ahora me encuentro escribiendo y me doy cuenta de que cuando uno quiere vivir la felicidad depende de muchas cosas, lejanas del ascetismo.
La felicidad depende de esto también, de hablar de la felicidad, como si uno la alcanzara en un pequeño insante, sin ver la luna, sin querer saber si se asoma o se esconde por cuáles rasgos parisinos.
La misma luna acá y en París.
La misma luna que miro yo y que no miro hoy y quizás miran otros, preguntándose que es la felicidad.
La felicidad es un papel en blanco, ahí, para escribir el ahora.
Un papel desnudo, tentándome a escribirlo, a tocarlo un momento y hacerle una sinfonía, pintorezca y dibujada o escrita, o balbucear qué es la felicidad.

Me doy cuenta, quizás, que la felicidad es este instante. Qué este instante no es estúpido del todo y si lo fuera, es un momento estúpidamente feliz.
Como llegar a casa y encontrarme con las letras, pero ir al patio desnuda, a fumar el primer cigarrillo por la mañana y, a riesgo de que me miren por la ventana, arriesgarme.
La adrenalina corriendo por las venas un rato, con la armónica música de fondo, el silencio de un patio, también desnuda, de un archivo aún no escrito, de las palabrerías infinitas tocando el desierto sediento.

Y ser feliz cuando bebo algo de agua, en mi garganta sedienta, en el desierto verde, en las rosas florecidas que abandono de agua.

Entonces me vuelvo a la calle, a caminar sin rumbo, a buscar otros destinos.

Quizás una palabra.

-Buenos días, Buenos Aires -digo.
-Buenos días, señorita, ¿qué desea beber? -dice.

Y casi siento el café entre mis manos. Podría ser mi casa o un bar por Plaza Serrano. Podría ser un cementerio de cuerpos desnudos, invitando a mi cigarro a dibujar. Podría ser la felicidad de otro que desea que lo piensen y pensar al otro y no decirlo, para que no se entere de que yo sí me entero de sus pensamientos.

Podría ser abrir la bandeja de entrada y que esté desnuda y llenarla de mails enviados a muchos otros, diciéndoles que los recordé.

¿Para qué? Quizás no respondan. Pero también podría ser un mail o una respuesta a este post. Podrían ser tantas cosas.

Podría ser una muestra de Dalí o un sondeo de Buenos Aires. Podría ser la sonrisa de aquel niño pidiéndome una moneda y yo diciéndole que el gorro le combina con la chaqueta, que le queda muy bonito y él, bailando al gorro entre sus manos, decide ponérselo porque le dije que le quedaba bonito.

Y él es feliz un instante.

Y no por una moneda, sino que la moneda es la palabra, es el intercambio de un gesto, tratarlo como un humano un ratito, fuera de esas casas en las que no los retan por andar descalzos porque no tienen zapatillas.

Puede que la felicidad fuera recordar el día de ayer, y a aquel niño de gorro de cotillon, pidiendo una moneda.

Y la felicidad de él, eso es la felicidad, que por un instante sea nuestra, que ambos la toquemos e intercambiemos eso, que no es solo una moneda, también es una sonrisa.