Tu carita de ángel leso era la vulnerabilidad masificada por toda mi piel.
Si sabrías, si tan solo sabrías que decirme no es lo que seduce a mi perra en celo. Tus manos bajando despacio, te acercás y yo entrabro la boca e inhalo fuera y de repente te vas. ¿Lo qué? sí, corrés la mano, estás deprimida, lo sé y me encanta. No porque me guste verte sufrir o quizás sí, pero lo que me atráe es que estés tan ajena, que tu cuerpo exhalte a mi cuerpo y lo deje allí, en coma de espera de tus manos sobre mi inhalar, sobre la lujuria que esperaba y no estás, porque no, estás desconcentrada. Carajo y gracias.
Carajo porque ahora me dejás con las ganas, porque ahora te hacés ajena, difícil, dale nena, difícil, sí, dale que me encanta. Ajena y esquiva, perteneciente a tu dolorcito depresivo y te acaricio, caricias en sobredosis por todo el cuerpo y te acercás de nuevo pero te vas.
Carajo.
Y dale, gracias, andate. Porque me encanta carajear tanto que me dejes con la sangre irrigada y mi boca palpando tu boca y tu boca rehuyendo, tus párpados bajos, semi dormida, apretándo fuerte mi cintura, pasando tus manos por mis senos rebosantes y yo te veo, dormida y congelada, ajena y triste...
Y corten esa imágen.
Tu mirada perdida, escoltada por lágrimas que no largás, tus palabras mudas, tus abrazos indecibles y mi cuerpo casi roto, esperándote y el tiempo...
El tiempo alarga sus relojes, ahora te deseo más y tenés otro sabor: el sabor de la tentación.
Nena, te quiero, quiero que me toques, quiero ver tu sonrisa y tus labios apasionados y tus manos penetrando lo prohibido.
Pero vos... sufrís por él.
Podría decir que odio eso, que algo de rencor le tengo a él que lo sé artífice de tus penurias. Pero a la vez está ese halo mágico de desearte y que seas tan de él que no puedas seguir, que me cortés el éxtasis, que dejes el celo librado a las promesas orgásmicas no finalizadas por tus uñas que no entran...
A su vez me encanta.
Te hacen bella, inalcanzable, perfecta.
Déjame ahí, tirada en donde tu perfume emana negativas.
Si sabrías, si tan solo sabrías que decirme no es lo que seduce a mi perra en celo. Tus manos bajando despacio, te acercás y yo entrabro la boca e inhalo fuera y de repente te vas. ¿Lo qué? sí, corrés la mano, estás deprimida, lo sé y me encanta. No porque me guste verte sufrir o quizás sí, pero lo que me atráe es que estés tan ajena, que tu cuerpo exhalte a mi cuerpo y lo deje allí, en coma de espera de tus manos sobre mi inhalar, sobre la lujuria que esperaba y no estás, porque no, estás desconcentrada. Carajo y gracias.
Carajo porque ahora me dejás con las ganas, porque ahora te hacés ajena, difícil, dale nena, difícil, sí, dale que me encanta. Ajena y esquiva, perteneciente a tu dolorcito depresivo y te acaricio, caricias en sobredosis por todo el cuerpo y te acercás de nuevo pero te vas.
Carajo.
Y dale, gracias, andate. Porque me encanta carajear tanto que me dejes con la sangre irrigada y mi boca palpando tu boca y tu boca rehuyendo, tus párpados bajos, semi dormida, apretándo fuerte mi cintura, pasando tus manos por mis senos rebosantes y yo te veo, dormida y congelada, ajena y triste...
Y corten esa imágen.
Tu mirada perdida, escoltada por lágrimas que no largás, tus palabras mudas, tus abrazos indecibles y mi cuerpo casi roto, esperándote y el tiempo...
El tiempo alarga sus relojes, ahora te deseo más y tenés otro sabor: el sabor de la tentación.
Nena, te quiero, quiero que me toques, quiero ver tu sonrisa y tus labios apasionados y tus manos penetrando lo prohibido.
Pero vos... sufrís por él.
Podría decir que odio eso, que algo de rencor le tengo a él que lo sé artífice de tus penurias. Pero a la vez está ese halo mágico de desearte y que seas tan de él que no puedas seguir, que me cortés el éxtasis, que dejes el celo librado a las promesas orgásmicas no finalizadas por tus uñas que no entran...
A su vez me encanta.
Te hacen bella, inalcanzable, perfecta.
Déjame ahí, tirada en donde tu perfume emana negativas.