Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

9.09.2007

(C)ex(Xx)

Cuando abrí el MSN desde mi hogar descubrí, asombrosamente, que la señorita C había adherido mi cuenta a una de sus nuevas adquisiciones (una de sus, digamos, más de 13 cuentas de mail).

Bien. Muy bien.

Esperé a que se conecte, aún en conocimiento de que la dama ama ostentar su misantropía: se nota que está conectada porque cambia la marca de su mail, aún así es harto evidente que lo hace en invisible mode.

Lo curioso es que comencé a extrañarla. Es evidente que las etapas relacionales entre mujeres hacen una curva oscilante.

Comenzando por la primer fase: el pico ascendente, the perfect temptation. La mujer rápidamente hace una camaleónica metamorfosis para con la otra mujer. Todo comienza por charlas de Internet que se estiran hasta las 5 o 6 de la mañana, compartir todos y cada uno de los clichés estéticos, leer los mismos libros, cortejar con rosas rojas, mirarse embelesadas los labios, tomar discretamente las manos, ir al baño a fotografiar los escotes prominentes, arrastrar a la compañera a alcoholizarse cada sábado para coquetear histéricamente y luego reprimirse compungida por las actitudes libertinas para, días luego, confesar a la propia madre que se tiene novia (sin haber aclarado antes a la teórica novia que la relación tenía dicho rótulo)

Más luego se da la segunda fase: estabilidad desestabilizada, me callo el imperativo. Nuestros compañeritos poseedores de ese instrumento inmundo denominado coloquialmente “pija” (yo prefiero el anticuado término pene) salen a la luz en el relato. Viene el planteo pertinente: me gustan demasiado los hombres. Viene la pertinente sangre hirviendo a temperaturas incomensurables, la mirada feroz, los ojos inyectados, los dientes clavados mandibuleando cuál éxtasis en su pico (+T6) y el cinismo hipócrita: “Ay, mi amor, pero yo quiero que seas feliz, si querés hacemos un trío, si querés tenés la libertad de salir con quien quieras, mi única intención es la garantía de ser tu amada”.

Cerrando con la tercera fase: la recaída, woman third world war. Nuestra esposa ficticia, esa que nos agobió durante noches enteras con sus depresiones y penurias, esa que intentamos educar en la ilusión utópica de que algún día sea nuestra compañera perfecta, esa que elegimos para envejecer y poder tocar sus canos cabellos y besar sus suaves labios el día del propio lecho de muerte… esa, la elegida, la perfecta, viene con su fatal anuncio: ayer me acosté con… Argh. Ok. Dale. Sí. Otro tema. Pero ella no hace más que replicar, dolorosamente, que tuvo orgasmos múltiples. El pene con patas en cuestión, entra a su página web a dejar mensajes eróticos, comienzan a tener códigos: empiezan a hervir los celos. Empezamos a criticar absolutamente todo y juramos –por la propia sangre de nuestras venas- que no hablaremos nunca más con la otra persona. Nos ponemos lacónicas. Serias. Nos enojamos. Somos cínicas, cortantes. Degradamos a la otra, la imbécil, la forra esquizoide que no sabe mantener una relación racional porque no tiene la capacidad de pensar con algo más interesante que la temperatura de su clítoris.

¡Forra! ¡Forra!

Pero por supuesto, luego desaparece todo contacto hasta que un día, sorpresivamente, la dama en cuestión nos adhiere.

Y nos encontramos, consternadas, ansiando que se conecte… extrañando sus letras… imaginando su mirada… inmortalizándola en letras.