Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

5.27.2007

Music and all the things you feel

Belleza penetrando mis oídos, elevándome más allá de las palabras...

FC / Hackuna - Hayling

don't think about all those things you feel -just be glad to be here.

Típica noche de Martin, tipicos platillos, comidas caseras, buena música, buena compañía y la melancolía desdibujandose así como la noche empieza a tomar una forma certera, amena, suave, dulce, la monotonía se desdibuja así como se marca el trazo de su crayón sobre nimiedades, dibujos tontos, risas irrelevantes, pero risas.

Reirme en el día tan negro de hoy.

Cuánto tiempo, demonios.

¿Para qué dejar tantos lapsos entre los buenos momentos?

Demonios.

Cortando el vacío de vacíos, navajas y

Recubro mi habitación de negro. La luz que viola la obscuridad, filtrándose por la ventana, corrompiendo a la almohada desnuda de llanto.

Podría haber sido de noche u hoy, podría no haber sido hoy.

Podría pisar todos los nombres, una, dos veces, con más indiferencia pero pisarlos; pisarlos Natalia, es no ser indiferente.

Podría tomar ese teléfono y llamarla furiosa, volviéndole a preguntar nuevamente un porqué. Para oír excusa y sandéces varias sobre sofocantes argumentos interminables.

Excusitas baratas de pendeja barata.

Podría llamarlo a él y preguntarle porqué soy indiferente, porqué no hay causas a mi rechazo, porqué ahora se borran todos los dibujitos infantiles en donde él ya estaba borrado.

Podría edificar algo, salir a capital y dibujar, habano en la mano, Glamour Recoleta sobre mi cuerpo desilucionado.

Podría reirme con alguna nimiedad.

Algo. Broma. Risa.

O alcohol en mano es alcohol en sangre, palabra en mente es palabra que muere.

Podría gritar un poco, un halo de ira porque ella decide fácilmente que soy frágil.

Prohibido tocar, entonces.

O tocar para prohibir.

El juego interminable y acerritmo de desvirtuar las emociones hasta que se nulifiquen del todo, dejar tamaña insoslayable soledad en un banquito en Recoleta.
Cruzar las piernas, no cruzar miradas con nada porque hoy detesto la gente.
Sentir nauseas internas cuando veo ojos que quizás podrían ser mirados pero no lo son porque no quiero, ni miradas, ni manos, ni observaciones sobre la nada que siente un Todo que se escribe sobre el silencio.

Aún no he dicho nada.

Hay mucho para decir y nadie para decirlo.

Esa figura que traspasará la muerte algún día, impregnándose en todo el rencor de la sobreprotección.

Quiero un grito, una muestra de crueldad, un enojo y un no. Lo que no quiero es su mirada contemplativa y repugnántemente invasiva sobre mis ojos.

Un beso húmedo cargado del rechazo y que ahora se me ocurre que no me bese nadie, que no me observe nadie mientras tipeo.

Clausurar la ciudad desde el otro lado de la pantalla, mirándola como un espejo emocional, traspasando la mente un instante e intento, a todas luces, apagar la luz.

Cuando quiero quizás renombrar algo iluso, irme un rato de la ilusión de no estar para estar.

No estoy. Me voy. Me fui. Desaparecí de la agonía de los discursos que quiero asesinar.

¡Basta de esto! Digo en mi mente que grita lo que no grito.

Las personas, esas volátiles almas recubiertas de balbucéos estúpidos sobre estúpidas cuestiones de nada.

Arreglar un paraguas por si llueve y, entonces, no llueve.

O la lluvia cae sobre el frío de los marfiles amoldados a la vereda, caen para rebotar y doler y calar las venas del hambre también.

¿Qué he sentido?

El sentido que ahora no siento.

Trapo de papel en el suelo. Muñeca de trapo escribiendo estupideces.

Nenita, estúpida, tonta, desconocida porque quién sabe no sea tan estúpida, quién sabe haya algo más a descubrir pero ahora el sol, lentamente, desdibuja su trazo, la habitación en un color indefinido, grisáceo obscuro, más luz, menos luz, clarobscuro Barroco.

La TV, inmundicia del vulgo, hace tanto que no habla alguna fantasía aterradora.

Podría ser la vida de alguien.

¿Por qué no la mía?

Porque no hay vida, Natalia, no hay vida.

Vivir es caminar, es salir, es creer y descreer e intercambiar una serie de letras del presente no escrito.

Acá, presente, fantasía aterradora.

Muñequita de torta petrificada.

Maniquí inmutable congelado por el hielo del corazón que gemiría ¡No me importa! Que no importe tampoco gemirlo, carajo, esa es la cuestión.

Salir a violar el día inmundo. Las luces que no pasan, los coches que se pasean, un día a día agonizante de la rutina.

-Es que el tiempo no pasa –digo.

Y no lo entienden.

No entienden que el reloj apenas deja un rastro de media hora en la soledad de mi habitación. Recién empieza el día y ya espero la noche. Recién llegada la noche ya espero el día para esperar la noche para odiar el relój.

Tac, tac, tac, la canilla de agua perdiendo.

Maldita gota que corrompe el silencio.

Si puediera tan solo asesinar el texto de mi mente y este putrefacto negro que se filtra por entre las líneas del pensamiento que, fervoroso, intenta defecar contra la lucidéz.

Es noche, es de noche en mí.

Es mi nocturno paraíso de nombres sin personas.

Seguiré quieta esperando, quizás, un resabio del callarse.

Quiero ver la sangre filtrándose entre mis dedos, la sangre impura, negra, obscureciendo y maldiciendo todo esto.

Maldita sea.

Nacer bajo el sol naciente, yo habría preferido una luna menguánte, consumiéndose suavemente para llegar a cero y volver a llenar el Todo.

Libros, libros, más impunes relatos de mi adicción.

Me siento, compañero favorito y siniestro, viajante que me lee cuando lo leo y me viaja, intemporal, acaecido de silencio, no molesta, no exije, no habla, no elige interlocutor.

Lo elijo. Muevo sus hojas suavemente e imagino una pequeña sonrisa del autor ya muerto. La sonrisa de ser leído su dolor, o sus alegrías, o sus incoherencias, su sofisticación y me pregunto donde está.

¿Dónde estás, Julio?

Ya está, lamento no haberte conocido. Pero más lamento seguir conociendo para que duela no conocerte, otra superficial noche de superficiales soles que se van, gracias por irse; punto y coma.

Me gustaría ese algo. Sentarme, en silencio, al lado de un Julio. Sonreír ligeramente, levantar la mirada sin mover el rostro y…

-Caballero, gustaría… -le pregunto.

Y me dice: ¿Le puedo leer?

Éxtasis, antinomia del vacío, su nombre que a mi nombre ahora me hace mujer.

Pero sigo, doy vuelta el texto, otra vez, intento estúpido e imperturbable de sentir; una escritura que ondea las letras como volviendo hacia atrás, comportamientos tontos de la nena tonta.

Salir a la nada, esperando a que un Julio repare en mí.

No reparará, pienso.

No está. Escribo: No está, entedelo, no hay otros, somos distintos cada ser y cada momento y es dejar pasar el deseo de tener lo que no se puede, lo que se llevo el tiempo.

Porque el tiempo pasa y nos vamos desilucionando del tiempo mismo. Ahora que es ahora pero antes que era maravilloso por ser antes, ahora que antes no era maravilloso porque antes del antes era maravilloso, y así hasta remontarme a mi primer libro en mis manos a los 3 años, a mi primera escritura a los 5, al juego interminable de la curiosidad y ahora que ya no está, no es curiosidad sino discurso, no son preguntas sino respuestas sin sentido por no estar articuladas en el conocimiento.

¿Quién sabe? Nada.

Oír remitentes de palabras secas.

Es eso. Ahora no basta una palabra para maravillar, ahora además tiene que tener la acidez de un buen jugo de limón, la humedad de un día de otoño, el cabello ondulando sobre las palabras para que tengan esa gracia.

Palabras tintes de ese algo más inefable.

Palabras que no me salen, creatividad muerta, autora muerta en muerte de palabras.

Autora muerta por la autoría de una vida que se cansó de morir y renacer tantas veces.