Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

7.01.2007

Habitos de desmadres.

Mi relación con mi madre es semejante a un matrimonio de dos mujeres mega histéricas y constantemente indispuestas, desangrándose por la cantidad de irrigación sanguínea.

Porque no me llamó, entre ayer y hoy, y cuando la llamé me contestó seca. Y carajo. Porque si ella me llama la detesto, soy ácida, cortante, cruel, lacónica, la ignoro, la quito del rol protagónico que ella quiere, la dejo, la abandono, me muestro reticente a conversar, me voy.
Pero ahora es ella la que me contesta seca. Mi rostro bien podría ser el de un pollito mojado o un cachorro perdido haciendo “snif” al preguntarse: ¿Qué le pasa a mi mami? Como una boludita.

Sucede que no comprendo exactamente cuál es el lazo que nos une.
No lo comprendo.
Hubo algo, en mi infancia, que la alejó del rol de madre. Ella tendría que haber sido la que me llevaba al colegio, la que preparaba el licuado de banana, la que me cantaba muñequita linda, sí, ella y no mi abuelo. Pero fue mi abuelo el que se encargó de ser madre-padre y así ella fue artífice de una extraña situación de darme, una especie de sustento pero no una madre, un sustento que tampoco era exactamente el de padre, pues empapaba los instantes conmigo de bochornoso apego, besos, mimos –demasiado fuera de los límites-

Luego en mi adolescencia se fue. Semanas sin que me llame, de golpe venía, pero no había indicio en ella de querer comunicarse conmigo. Nada. Yo tampoco era Miss. Simpatía, bien me encargaba de rechazarla y odiarla, como inexorable adolescente aireada que no necesita a mamá. Pero sí, la necesitaba, eso, un límite, un “Nena, -NO-”.
Pero no estaba, ni para límites ni para caricias, era una hoja blanca sin rostro, sin imagen de nada, o quizás esa imagen cruel y amenazante de aquella que tenía el poder de lastimarle tal y como luego lo hizo.

¿Cómo puede alguien herir y querer?

Porque ella me lastimó, me hirió, masacró toda la infancia, toda la inocencia y luego… luego suenan los celulares y no estoy segura de mis sentimientos, luego no quiero hablarle, porque al fin y al cabo es una extraña, es aquella persona que me besa por las noches y emana un veneno, una corrosión en mi piel.
Me muevo, la rechazo, rehúyo a su contacto.

Y luego su silencio, que me asfixia un poco, como si pidiera que me rompa las pelotas, que esté para rechazarla, para entrar en el círculo-juego sádico: no te quiero oír, no quiero que estés.

¿Pero como rechazarla si me deja crecer?

Cómo si por instantes no quisiera crecer, querría permanecer niña.

La niña perpleja que mira anonadada roles quebrados.