Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

5.14.2007

De minas, tipos &

El amor tiene eso de complejo.
Tiene ese complejo de poseer, porque cuando miro las estrellas me acuerdo de él y de esa noche.
Los amantes son como cigarrillos, se encienden y se consumen, pero el amor se parece un poco más al habano. Espera que una lo consuma. Se queda ahí en el fuego, esperando a que una le de una pitada y las cenizas enciendan el fuego. El amor tiene un poco de eso, de complejo y de negativas.

El habano quiere ser de la boca, el cigarrillo de sus cenizas.

Si me conociera y como me conozco, sabría que me enamoro del control.
Porque el control tiene eso, de complejo.
Qué te controlen para poder saborear un poco la libertad. Paladear ese agridulce tan poco amargo, esa libertad. Recibir un no y después una mano, ondeando por entre las rutas, diciendo que está bien, que una de una pitada si total, se consume a gusto.

Y con ella hablamos de códigos, cuando me pregunto qué códigos si el amor lo siente una.
¿Restricciones a la libertad?

Si sabemos, el amor es como un habano. Se hace, esperando a que una pite, a que nunca se termine del todo.
En cambio los amantes tienen esa estrategia, de consumirse solo por el deseo, de ser solamente un momento, unas cuantas pitadas y se acabó, no existen los no, porque una mira las estrellas y no piensa en él, piensa más bien en un cigarrillo, perdiendo el sabor, consumiéndose rápido, esperando a apagarse.

Pero el amor tiene ese sabor agridulce del control, de los no precisos, de un poco de sabor y de revolución, de dolores de por medio, de prohibiciones y posesiones para que la libertad sea tan tentadora.

Y ella me habló de códigos, como si hubiera códigos, como si hubiera amor. Como que no.
Porque le respondo o le respondería, porque no le respondí, que no los hay, porque si los hubiera lo sabría, estaría esa cosa posesiva.
Me gusta “la cosa” y lo anhelaría. Un poco de dolor. Alguna reacción que sé que no estará en este escrito tan vacío.

Porque miro las estrellas y me acuerdo de él preguntándome ahora si le habrá molestado.

Y sé que no, porque no…

¿Por qué no?

Porque sí. Me encantaría también ser única, ser aunque no sea única pero ser un privilegio.
Qué me posea, que me estime de ese modo. Qué tipée algún reproche estúpido, algún histeriquéo mundano, algún halo de mujer celosa.
Me encantaría.

Porque las mujeres tienen esa cosa encantadora de la histeria.
Quizás por eso jamás me haya enamorado de una mujer que me haya dado un sí. Pierden el encanto, se vuelven tan sumisas… y es ese deseo recóndito de control.
Qué me digan que no puedo y ahí rechazar las cadenas. Se envuelve en ese encanto de lo prohibido, esos límites impuestos que una va a quebrar excepto por el amor.

Por ahí, y quizás y quién sabe, jamás amé a una mujer.
Por ahí, y quizás y quién sabe, ayer me consternó su pregunta.

Me habló de códigos, como si yo estuviera bebiendo el elixir agridulce del amor.

¿Es que ella no sabe que solo soy yo la que lo bebe?

Porque sí, secretamente lo anhelo, cuando veo las estrellas y lo pienso a él y me doy cuenta que lo de la otra tarde no tuvo relevancia porque el deseo no es amor.

Pero al habano se lo recuerda, se lo respeta, se respeta su humo y sus tiempos y también me gustaría que se tuvieran que respetar códigos, que el habano fuera también mi boca y la boca de él, poder y no poder, no tener tanto poder por ser poseída por alguien, por ser un bonito objeto del amor.
Pero el amor se quiebra en una falacia. Un discurso que dice que no hay celos, bah.

Celos.

Lo que en la coherencia dice, es que no siento competencia y por eso no siento celos.

La buena pregunta será, ¿por qué no siento competencia? Porque me empiezo a compenetrar en una disyuntiva, porque quizás la seguridad.

Ahí, donde esa seguridad debería ser el amor qué se que no es.

Entonces, ¿por qué no hay celos? ¿Será porque tampoco hay amor?

Pero miro las respuestas y me doy cuenta en mi mente de que, quizás, si haya un poco de celos. Saber que ella sí es su posesión y yo no, conmigo no hay códigos. Puedo hacer lo que quiera. Y me gustaría no poder hacerlo. Quizás, porque este sí es un quizás, sí hay celos de posesión.
También quiero ser su objeto, carajo.
Qué me diga que no. Qué me histeriquée un poquito, medio en broma pero con ese tono, subyugado, de verdad.

Pero la bandeja de entrada está vacía y aún sé que me dirá.
Qué se alegra.

Qué poca alegría para mí, qué en el último fuego del encendedor no pensaba en el otro, sinó más bien en él. Cómo si fueran los labios de él y esa cosa de poseerlo.

El cigarrillo es mío, el habano no, porque sus últimos vestigios no se consumen, quedan en la nada de las vanas conjeturas.

Me gustaría decirle que me gustaría ser suya, aunque él no sea mío.

Me gustaría una promesa, un límite, un compromiso tonto de un amor que él no siente.

Me encantaría ser de él, aunque él no sea mío.

2 comentarios:

Jack Celliers dijo...

Hay ocasiones en que Ud. escribe bellamente. Esta es una.

Suyo.

JC

Nathalie X dijo...

Las ocasiones en las que escribo bellamente, están bellamente inspiradas en lo bello.

Usted sabrá comprender, quizás nada personal.

(quizás)