Breathe

Breathe
Nunca ha habido nada, pero todo lo que hay es mío.

5.17.2007

EEG: electrico encefalo gimiendo el placer del pensar.

Carajo. Me tenían que pedir que cierre los ojos...

Yo no cerraba los ojos y me quedaba en reposo desde... ya ní recuerdo. Lo que sí recuerdo es lo que generaba. Mil ideas juntas, una pisándose a la otra, voces de la gente conocida, superposición de voces, ideas, cuentos.

Sí, es que hipercarburo. Para mí es simple, lo expreso en la verborragia cotidiana, ya sea oral o escrita. Por eso no cierro los ojos.

Se lo expliqué a la medica y me dijo que trate de poner la mente en blanco de vez en cuando.

Ella no entiende que las veces que intenté poner la mente en blanco, solo quedaba el color negro y ese azul eléctrico que se superpone con el negro, creando formas, superponiéndose unas sobre las otras, poseyéndome como en un limbo, como en un área supra humana, un viaje psicodélico en la lucidéz.

Me explicó que a veces hay disfunción de los impulsos eléctricos del cerebro.

Hipercarburación, bah.

Yo no puedo estar sin hablar o, sencillamente, es mi cerebro quién me habla. Mi hombre. Y yo le contesto, fiel a mi hombre.

Es así y siempre lo fué.

¿Eso es una disfuncionalidad? ¿Quién juzga los parámetros por los cuales un cerebro carbura? ¿Quién sabe como se manifiesta la consciencia en una persona?

O quizás sea el inconsciente, manifestándose, planteandome una conversación puramente acelerada a mí misma.

Pero es mi amante, mi mejor amante, el único que me conoce y sabe hacerme entrar en éxtasis, aquel que plantea sufragar el vacío y dejarme en intimidad pura: yo con mi mente.

Nosotros solos.

Me habla, me crea cuentos fantásticos, le habla a los que no les hablo, juega, bromea, plantéa cosas filosóficas profundas, va, viene, vuelve, me deja, no me deja... no, no me deja un minuto sola.

El silencio, silencio externo, esa perfección en la que no estoy en silencio.

Y será porque el mundo lúcido no es el mundo de la oniria.

Cuando cierro los ojos, ahí, es como si me acostara con mi mente y le dijera que me haga suya, que haga lo que quiera conmigo, que yo le sigo el juego. Un juego que no tiene final del juego, porque luego me duermo y vienen esos sueños, esa oniria fantástica que crea ciudades, pianos tocándome, la usual noche obscura, los besos, los dedos, la piel, las voces que parecen venir de los ecos, los recorridos por lugares maravillosos que quién sabe si existirán y quizás existan o hayan existido.

Le digo: viajes astrales.

-Puede ser un trastorno convulsivo -me dice.
-¿Convulsivo de? Si mi resonancia magnética salió a la perfección -le replico.
-Porque no es físico sino funcional, no se expresa con convulsiones sino con aceleración -me dice.

Ahora, ¿eso es una enfermedad?

A mi no me quitarán lo que tanta vida me da. Esa reflexividad resultado de esa infomación. Esa información que baja cual catarata. Esa catarata que se expresa cual catarsis.

"Hago catarsis"

Sí, hago catarsis de mi mente.

A veces le cedo el espacio a él.

-Pase, caballero, escribamé -le susurro.

Y el lo hace, lo hace como el mejor. Es tan perfecto. Esa sensación inagotable, ese carrusel fervoroso de emociones, de ilusiones, de dichos, de palabras no explícitas, de pensamientos que se pisan y derivan en todos sus carriles...

Jugando una vez más, como cuando de niña miraba el cielo y ahí comenzaba el viaje, ahí cuando, curiosamente, comenzaba la pregunta de dónde termina.

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